Decíamos ayer...
Richard Hannay es un tipo aburrido. Tanto, que un día se le ocurre pedir un poco de acción en su vida. ¿A quién se le ocurre?
El caso es que la acción se le presenta en su casita en la forma de su vecino, que le cuenta una extraña historia de espías, conjuras de asesinato y patriotismos. De hecho, el hombre tiene un plan para salvar a su país, Inglaterra, de la inminente guerra que los alemanes parecen estar maquinando. Cuando el vecino aparece muerto en su propia casa, Hannay decide escapar y tomar el plan del vecino en sus manos, por no hablar de que sin duda le tomarán por el asesino... ¿Conseguirá nuestro héroe salvar a su país de la guerra y detener a los malos sin morir en el intento? Todas las claves están en una agenda que dejó el difunto, entre ellas la misteriosa frase "los 39 escalones".
Esta es una novela de espías de las de antes. Con esto quiero decir que no nos encontraremos con teléfonos móviles, ni búsquedas por satélite ni con una tecnología sofisticada... y se agradece. Casi parece una parodia de una novela de espías, de hecho. Sin embargo, es entretenida y fresca, a pesar de haber sido escrita en 1915. Quizá porque adolece de pretensiones. El propio autor dice que su objetivo era entretener y que la escribió porque se aburría.
Algo que me ha gustado es que Hannay, el protagonista, no es un hombre ni especialmente valiente ni inteligente. De hecho sobrevive porque tiene la suerte de toparse con los más variopintos personajes durante su huída por Escocia (algunos son descacharrantes). Incluso "los malos" se salen del manual, ya que no nos encontramos ante esos malvados de novela, los de los discursos grandilocuentes que resultan ridículos.
La verdad es que lo he disfrutado, quizás porque venía de leer un libro que no me había hecho mucha gracia. Si buscáis un libro entretenido y con el encanto de las aventuras a la vieja usanza, no os lo perdáis.